Revolución
"Por favor no vayas” decía el mensaje, no contesté, perdóname Sofía, pero ya es tarde, me “subí a la línea uno en la estación Baquedano, dirección a san pablo. en cuanto entre al vagón me puse lo audífonos e intenté apartarme del mundo real, pero el mensaje de Sofía seguía en mi mente, no me gustaba preocuparla, pero debo hacer esto.
Cerré los ojos un momento embargándome de la letra de movimiento original, entonces escuché que llegaba a mi estación, me bajé en universidad de Chile apurado, llegar a la hora no era mi fuerte.
En menos de cinco minutos llegué al punto de reunión establecido, cerca del instituto nacional, me reuní con mis amigos en una esquina apartada, había más gente de la esperada, vi muchas caras nuevas.
– al fin llegaste – me dijo Matías en cuanto me acerqué – pensamos que tu polola no te iba dejar venir.
– no seai pesao chupete – me defendió la Emi - ¿trajiste todo?
Yo asentí mientras me sacaba la mochila de los hombros y les pasaba a cada uno dos bombas lacrimógenas caseras dejándome tres, mi amigo me pasó entonces una botella de pisco barato.
– empezamos en treinta – me dijo y se fueron a reunir con otras personas.
Tomé un trago de la botella y rápidamente armé una bomba molotov, hay pocas cosas de las que me siento orgulloso, sin duda armar bombas es una de ellas.
El tiempo pasó rápidamente, en un dos por tres nos reunimos todos para salir de una vez a las calles, me puse mi capucha y nos escabullimos entre la gente de la manifestación, se empezaron a escuchar las primeras barricadas y los primeros gritos, no tardé en sumarme, lancé la primera bomba con un grito de júbilo, en eso estábamos, metaleros tirando piedrazos cuando escuchamos las sirenas de los carabineros a una cuadra.
– ¿los pacos tan luego? – le dije a Matías.
– alguien debe habernos sapeado, no importa démosle con todo.
– ¡espera chupete! – le grité a mi amigo, pero no me escuchó, corrí tras el lo más rápido que pude, pero me topé con el guanaco en el camino, todo mojado y con ardor en los ojos lo alcancé, pero era tarde, ya lo habían detenido y estaba siendo golpeado por las fuerzas especiales, con rabia me lancé hacía ellos gritando - ¡revolución!
Entonces todo pasó muy rápido, empujé con fuerza al carabinero que tenía a mi amigo, logrando liberarlo, pero entonces sentí un intenso dolor en mi cara, a pesar de la fuerza mantuve el equilibrio y me dispuse a devolver el golpe, pero una rodilla me llegó de lleno en el estómago, me encorvé sobre mi mismo sintiendo el dolor, pero no pude relajarme ni un segundo pues me empujaron contra el suelo, me aplicaron una llave en mi brazo obligándome a levantarme luego de un par de patadas y me metieron al retén.
Esperé una hora en la comisaria antes de que llegara mi mamá, la vi enojada mientras rellanaba los papeles, pero no tuve tiempo de pensar en eso porque mi polola había venido con ella.
– me enteré de lo que pasó, ¿estas bien? – dijo mientras me tocaba suavemente el moretón de mi ojo.
– estaré bien – le respondí quitando su mano, aun me ardía ni hablar del resto de mi cuerpo.
– lo siento mucho, no pensé que fueran a hacerte una cosa así – tardé un momento en asimilar sus palabras, al comprender la corté bruscamente.
– espera, ¿tú nos delataste?
– yo… sí, sabes que no comparto su opinión y…
– no puedo creerlo, no tenías derecho – y me fui en cuanto abrieron la celda, no esperé respuesta, ni me fijé en que estado la había dejado, ni siquiera respondí a los gritos enfurecidos de mi madre. Mi lucha era por ellas también, y por todos los que vivimos en las sombras. Salí de la comisaría a una noche fría, sin luna ni estrellas, pero iluminada por farolas, autos y ventanas de edificios.